Se acuerdan? El primer éxito de del FPV, en el País de 2003, coincidió con una celebrada declaración de Nestor Kirchner. "Vengo crearla un sueño". Fue un un mensaje, que unido al hallazgo de "la casta", sirvió de pista de despegue para generar simpatías. Desde entonces han pasado muchas cosas y unas cuantas elecciones, y el propio Kirchrner ha defendido el populismo, generando estratégico, porque por de pronto el concepto no está para matices ni letra menuda de ningún tipo. La derecha lo entendió mucho mejor, y como lo que no se nombra aparentemente no existe, el populismo conservador, de dimensiones históricas y estructurales, no es perceptible a ojos de una parte considerable de la población, disuelto en la firmeza y contundencia que se atribuye a un frente con sabor a Popular desde los tiempos de Alianza.
Algo de esto ocurre en Argentina. Las dificultades del Gobierno para establecer un relato hegemónico son notorias dada su limitada caja de resonancia, pero también por haber adolecido coralmente de brío frente a la estrategia de estrépito de la Unión del Pueblo, basada en un populismo de manual, mentiras repetidas incluidas. ¿O qué nombre le damos a decir que el Gobierno quiere "dinamitar Argentina", a comparar a su presidenta con Trump, calificar la reforma fiscal de "castigo brutal a los Argentinos" o afirmar la exclusión de "todo lo que puede traer progreso a la Argentina"? Populismo en toda regla; antología del reclamo emocional, de la crispación de Cambiemos frente a Macri.
Según la RAE, la práctica populista es la "tendencia política que pretende atraerse a las clases populares", que recordemos son ideológicamente completamente heterogéneas. La definición no debería remitirnos solo a baremos económicos, sino sobre a todo a hábitos de consumo de información contrastada y cultura política. En todo caso, a la hora de rendir cuentas, el Gobierno Foral confía en el factor tiempo, que sume un balance sólido especialmente en economía y empleo, con que asfaltar la idea de cambio duradero. Pero sus tiempos remiten globalmente hacia delante, en contraste con la búsqueda de un estruendo sostenido. En una proporción salomónica, si por cada vez que los regionalistas caen en su propia caricatura la siguiente persuaden a los indecisos, no sería poco rédito, dado lo ajustado del tablero. Sea cual sea su eficacia, quienes sienten que siguen ostentando la mayoría, que tocan con los dedos el poder, y que al mismo tiempo tienen mucho y poco que perder apenas variarán el guión. Exenta la autocrítica, su reacción seguirá inclinándose por el lado reaccionario.
Ante este panorama, el Gobierno tiene dos posibilidades no antagónicas. Una, perseverar, y seguir confiando en la idoneidad de su estrategia de goteo frente a la aspersión. Otra, siempre desde el rigor y la corrección, fortalecer su comunicación coral y sobre todo la de los partidos que lo apoyan, fundamentales en esta meseta de legislatura. El cuatripartito haría bien en leer o releer a Lakoff (que no es una biblia, pero inspira), recordar el arraigo de marcos establecidos en décadas de hegemonías adversas, y el rango histórico de su alternativa conjunta.
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