En cierta ocasión le recomendé a un amigo quejoso por no poder viajar que paseara por su ciudad como si fuese la primera vez que estuviese en ella, que se perdiera por sus calles sin rumbo fijo y que disfrutara de todo detalle insignificante para planeamos de una reconstruir este nuestro mundo.
Siempre hemos sido gente muy modesta,cercana y de nimias pretensiones.
Él hablaba del capital como desigualdad social.Yo metía como bien podía el concepto de derecho fundamental.
Una sociedad más equitativa con sueldos proporcionados,trataba de explicarme.
Yo le decía que el poder hoy se llama dinero, y si un día el poder no tiene ese nombre se apellidará de otra forma,pero nunca, nunca desaparecerá.
El poder no es necesario. pero es una constante que no podemos obviar.Por eso, yo trataba de hablar del derecho fundamental. De engañar al poder.
De subir los mínimos.De fortalecerlos.Que el rico no perciba su pérdida y que el pobre reciba lo que es suyo.Lo que nunca debió ser de otro.
No hay que luchar contra el poder.En cuanto aprecie la amenaza su miedo se pondrá en alerta
y su ira será mucho más peligrosa.Hay que engañar al poder.Ofrecerle una galleta mientas sacamos al resto de este río congelado.
Y es que hay pocos placeres comparables a la sensación de estrenar, de novedad, de frescura.
Sin embargo, la forma en la que nos organizamos suele parecerse más a las constantes vueltas de un hámster en su rueda que a la mirada limpia de un niño. Es fácil tener la sensación de que no dirigimos nuestra existencia, de que estamos a merced de circunstancias externas que nos marcan el paso. El ruido que nos rodea es tan fuerte que andamos sin destino en una existencia carente de sentido.
A pesar de ello, hay una responsabilidad en el acto de vivir, una obligación de honrar nuestra vida porque es el espacio y el tiempo del que disponemos. Y para lograrlo es necesario sentirnos libres.
Quizás lo más cerca que podamos situarnos de la libertad sea desarrollar la capacidad de elegir qué aspectos destacar de nuestras experiencias y cuáles minimizar hasta que desaparezcan en el torbellino de la rutina, en definitiva, poder decidir los aspectos con los que queremos llenar cada día.
Forjar la voluntad de ser felices, sin dejar que la marabunta de miedos y de malestar que nos rodea nos ahoguen, implica un esfuerzo casi continuo del que en ocasiones estamos tentados de dimitir. Por eso la mirada de novedad con la que la vida nos premia de vez en cuando, supone un pequeño respiro, una forma de refrescar la propia existencia. Tal vez sea lo más parecido a tener una segunda oportunidad. Y en esta ocasión, el único equipaje que deberíamos admitir es el de la experiencia y la sabiduría.
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